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  Un decodificador de la cultura contemporánea: Octavio Paz
     

Rafael Torres Sánchez

         

Departamento de Estudios Literarios
Universidad de Guadalajara
torresan778@gmail.com

   

RESUMEN
Se trata de una lectura intensiva de las obras completas de Octavio Paz, explorando sus incursiones en diversos géneros de objetivación artística (la literatura, la pintura, la escultura y la fotografía, entre otros). El objetivo, aparte de sintetizar las aproximaciones del poeta y ensayista a los problemas de la modernidad y la tradición, consiste en familiarizar al lector con sus ideas acerca de la cultura contemporánea en Occidente y en algunos países orientales en los que vivió, estudiando los temas que llenan su obra.

PALABRAS CLAVE: decodificador, cultura, modernidad y tradición.

ABSTRACT
It is a question of an intensive Reading of Octavio Paz’s complete Works, exploring his incursions in diverse genres of objetivation artistic (the literatura, the painting, the sculpture and the photography, between others). The aim, apart from synthesizing the approximations of the poet and essayist to the problems of the modernity and the tradition, consits of acquainting tue reader with his ideas brings over the contemporary culture in West and in some oriental countries in wich he lived, studying the topics that fill his work.

KEY WORDS: decoder, culture, modernity and tradition.

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En la obra de Octavio Paz, los caminos del arte y la historia se acercan y se alejan, se intersectan y vuelven a separarse justo el tiempo que dura la siguiente aproximación, sin soltar el gis con el que trazan la raya borrosa y fecunda que los delimita.[1] Una y otra vez, a obra tan vasta, diversa y señera entran y salen los conceptos de modernidad y tradición referidos a la poesía y a las relaciones internacionales, al pasado mexicano y al pretérito de otros países, alejados o cercanos en el tiempo y en el espacio (España, Estados Unidos, Japón, La India), a la pintura y a las artes gráficas, a la fotografía, a la escultura, a la política, a la biografía como género ambivalente capaz de ser resumido en un perfil al vuelo o en un estudio de varios cientos de páginas que es a la vez ensayo histórico y crítica literaria (Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe). Ni la crónica quedó al margen de la creativa reflexión desplegada por Paz a lo largo de su vida, ni la antropología simbólica transfigurada en una prosa potente y poética, lúcida y lúdica aun en el retruécano que ocasionalmente descontrola, ese recurso tan imitado por muchos pero por pocos de forma que reconozca el modelo original: resumir un largo pensamiento en lugar de suplirlo con gimnasia verbal; pensamiento que es propuesta que es imaginación desbordada y contenida que es riesgo de alambrista sin red, pues aun en el equilibrio sinuoso a varios metros de altura de la polémica y los ajustes de cuentas políticos y culturales, el autor de El laberinto de la soledad, con el que acaso deban comenzarse a destorcer los lazos que anudan modernidad y tradición, inclusive en el terreno resbaladizo de la conjetura, tiene en la historia y en el arte las dos venas nutricias que riegan por debajo, como los ríos subterráneos a ciertos jardines, la anchura de una argumentación que también considera el artículo periodístico hebdomadario o mensual y la viñeta, no por trazada a vuela pluma, carente de crítica.

_____ De principio a fin, uno de los estandartes más visibles de Paz bate el viento con esta advertencia crucial: sin crítica no hay modernidad ni tradición sino una esclerosis cultural múltiple que desemboca en la intolerancia y el autoritarismo, fistoles y mancuernillas de la petrificación, hoy como antes, entonces como hoy. “Los pueblos hispánicos no hemos logrado ser realmente modernos porque, a diferencia del resto de los occidentales, no tuvimos una edad crítica”.[2]

_____ ¿La tenemos hoy? ¿En qué medida? A juzgar por los usos y costumbres “académicos”, en el caso que mejor conozco la situación dista de ser la óptima. “Entre científicos, disentir públicamente es de mal gusto y hasta una violación de las buenas maneras”, advirtió hace más de treinta años un periodista, al que no le faltaba la razón.[3] Pocos años después, a fines de los ochenta y principios de los noventa, Paz se mostró optimista respecto a la inversión de esta tendencia de larga duración; acaso demasiado optimista. Corrían los principios del salinismo y de una proyectada reforma política que pronto mostró el verdadero rostro de la simulación, una máscara más en la atávica danza de máscaras expuesta desde fines de los cuarenta por Paz en El laberinto de la soledad, como rasgo definitorio de identidad y señas particulares del mexicano. En una conversación con Tetsuji Yamamoto y Yumio Awa,[4] el poeta y ensayista declaró a fines de los ochenta del siglo pasado, echando, como suele decirse, las campanas al vuelo: “La literatura mexicana hoy es muy rica. Tal vez sea la más rica de la lengua, pues tiene una gran variedad de obras y autores: dos o tres novelistas muy buenos –sin contar a Rulfo y a Ibargüengoitia, recién desaparecidos–, varios poetas excelentes –el movimiento poético de México es notable– y algunos ensayistas de primera. Lo más importante es el temple crítico de la nueva literatura: crítica de la realidad nacional, crítica del Estado, crítica de la historia de México y crítica de sí misma”.

_____ Es de tal importancia la crítica en el tema enunciado por el título de estas notas, que Octavio Paz no lo dejará al margen del discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, en 1990. “¿Qué es la modernidad? –se preguntará en diciembre de aquel año– Ante todo, es un término equívoco: hay tantas modernidades como sociedades. Cada una tiene la suya. Su significado es incierto y arbitrario, como el del período que la precede, la Edad Media. Si somos modernos frente al Medievo, ¿seremos acaso la Edad Media de una futura modernidad? Un hombre que cambia con el tiempo, ¿es un verdadero hombre? La modernidad es una palabra en busca de su significado: ¿es una idea, un espejismo o un momento de la historia? ¿Somos hijos de la modernidad o ella es nuestra creación? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Poco importa: la seguimos, la perseguimos”.[5] Cabe preguntar desde cuándo venimos haciendo esto, enfatizando que la realidad mexicana de los últimos treinta años no permite avalar aquel optimismo exultante. La revolución tecnológica de las comunicaciones ha acercado en ese lapso a los países tanto que pocos ignoran que un presidente con botas dice tonterías en el momento mismo en que lo hace, o, al otro día, que un rey se rompe la cadera en una cacería furtiva de elefantes o, en fin, que un retrógrada se va a dar clases a Harvard dejando atrás un país sembrado de cruces mortuorias antes de que su sucesor se aplique a troquelar dislates cada vez que se asoma a las cámaras, o casi. Es que las redes sociales retienen menos –a pesar de la crítica de que hacen gala, con la permisibilidad de los poderes fácticos diestros en la tolerancia de válvulas de escape– la ausencia alarmante de lo que Paz señala como el principal componente de la modernidad, sin el que las sociedades tienden hacia la intolerancia y el autoritarismo: la crítica, que, casi es obvio decirlo, no hay que confundir con la protesta. Se puede salir a las calles gritando consignas incendiarias y defender, en la intimidad del hogar, el control remoto como si se tratara de un cetro. Mientras esto no se modifique sustancialmente, seguirá siendo difícil que se cimbren las estructuras sociales cimentadas en la intolerancia, el autoritarismo, el dominio del capital.

_____ La palabra modernidad surgió en Europa hacia la mitad del siglo XIX, cuando el proceso al que designa tenía metida la nariz en la larga duración desde hacía varios siglos, con un instrumento musical diseñado por Leonardo en una mano y El elogio de la locura en la otra.[6] Años después, el modernismo lo hizo en Hispanoamérica, hacia 1880, como respuesta al positivismo y al afán cientificista de la modernidad.[7] Por eso, la significación histórica del modernismo semeja la reacción romántica sobrevenida en los albores de aquella centuria. De acuerdo con Paz, el modernismo fue el verdadero romanticismo de Hispanoamérica y, como en el caso del simbolismo francés, su trasplante no se redujo a una mera repetición, sino que devino otro romanticismo. En una serie de conferencias dictadas en la Universidad de Harvard durante el primer semestre de 1972 (Charles Eliot Norton Lectures), Octavio Paz procura describir, “desde la perspectiva de un poeta hispanoamericano”, el movimiento poético moderno y sus relaciones contradictorias con la modernidad, declarándose seguidor de la “tradición moderna” de la poesía.[8] Al oxímoron lo justifican la concurrencia del inaugural romanticismo alemán e inglés perfeccionado posteriormente por el simbolismo francés, antes de prolongarse éste en el modernismo hispanoamericano, que cruza de regreso el mar para aclimatarse en la Península Ibérica y al otro lado del Canal de la Mancha, en Inglaterra, encontrando más tarde una reformulación notable en el surrealismo francés, según la paráfrasis del historiador David Brading. “Lo que unía a todos estos movimientos y generaciones fue su repudio común a la ‘modernidad’, sus esfuerzos para enlazar la vida y la obra, y la crítica constante a sus propios predecesores poéticos”.[9]

_____ Secularización y todo tipo de estallidos sociales a partir de la Revolución francesa, abrazada al principio por los románticos y luego velada por la niebla del desencanto; creciente aplicación de la ciencia y la técnica a la vida cotidiana –constante perfeccionamiento de las fuerzas productivas, dijera el viejo aguafiestas–;[10] industrialización; crecimiento demográfico sin paralelo en la historia y, con todo, mínimo respecto a la catástrofe que germina en el porvenir: modernidad. A su turno, Ortega y Gasset la percibirá como una reducción del espacio.[11]

_____ El hecho de que Paz apele a la historia para elaborar su visión de la modernidad y la tradición justifica la concurrencia de historiadores y filósofos de la historia en estas notas. Citemos sólo a dos de ellos, destacados por los paralelismos que guardan con la argumentación de Paz que no deja al margen a los partidos políticos como elementos modernizadores de doble filo. Para Reinhart Koselleck, “un signo distintivo de la modernidad de los partidos políticos estriba en que no sólo se delimitan entre sí social o políticamente con programas de contenido, sino que la determinación de los límites contiene también un factor temporal de transformación. Se asigna una categoría determinada en la realización de una historia permanentemente cambiante: delante = progresista, en el centro o detrás = conservador”.[12]  Por su parte, Franklin R. Ankersmit aventura con desencanto que la separación entre lo individual y el orden social –y la consecuente escisión del individuo en un yo público y en uno privado– es otro de los componentes de la modernidad.[13]  Lo que va de la sala de estar a la calle, diríamos nosotros, recordando una vez más a Antonio Machado: con el pueblo, aunque estén mal escritas las pancartas.

_____ En varios de los textos que integran los tres primeros volúmenes de sus Obras completas, Octavio Paz aborda el modernismo, la tradición y la modernidad, ampliando el binomio a tres miembros. “No es difícil advertir que la tradición es lo que da unidad a todas esas voces y direcciones –anota en uno de ellos–: no sólo el hecho de escribir en la misma lengua sino el de compartir una herencia literaria […] La literatura moderna está hecha de sucesivas negaciones de la tradición; al mismo tiempo una de esas negaciones perpetúa a esa misma tradición. Cada autor nuevo necesita, en algún momento, negar a sus predecesores: así los imita y los prolonga. Sobre, o más bien: debajo de esa ruptura, la tradición da unidad y continuidad a nuestra literatura. Aclaro: no anula su diversidad, la hace posible, la sustenta […] Para oírnos a nosotros mismos debemos, antes, oír las voces de la tradición”.[14] Paz también oye las voces de los jóvenes, siempre críticamente, señalando que uno de los rasgos inquietantes de su producción literaria es que, a veces, no se percibe en sus libros la presencia de nuestra tradición, “como si sus autores hubiesen leído únicamente traducciones”. ¿A qué jóvenes se refiere el autor de los textos agrupados en Fundación y disidencia? A los de España y América, desde luego, porque son América y España los territorios que atraen de manera preferente su reflexión cuando se trata de desentrañar, hasta donde ello es posible, la dialéctica de la modernidad y la tradición. “Nuestros sueños nos esperan a la vuelta de la esquina. Desarraigada y cosmopolita, la literatura hispanoamericana es regreso y búsqueda de una tradición –reitera Paz–. Al buscarla, la inventa. Pero invención y descubrimiento no son los términos que convienen a sus creaciones más puras. Voluntad de encarnación, literatura de fundación”.[15] Cuando el estudioso de las afinidades y oposiciones entre los términos del binomio que nos reúne reduzca la escala de observación para dirigir la lente a México, aparecerá el vecino distante, ogro que amenaza y faro que atrae con su cono de luz horizontal e intermitente: Estados Unidos, país del que nos separa lo mismo que nos une, paradójicamente: ser dos versiones distintas de la civilización de Occidente. ¿Y qué es una civilización sino una realidad refractaria a las definiciones unívocas? Por el acento que pone en la vida cotidiana y en su objetivación artística, la aproximación del poeta viene al caso: “Es la visión del mundo de cada sociedad pero asimismo es su sentimiento del tiempo: hay pueblos lanzados hacia el futuro y otros que tienen los ojos fijos en el pasado –anota Paz–. Civilización es el estilo, la manera que tiene una sociedad de vivir, convivir y morir. Comprende a las artes eróticas y a las culinarias; a la danza y al entierro; a la cortesía y a la injuria; al trabajo y al ocio; a los ritos y a las fiestas; a los castigos y a los premios; al trato con los muertos y con los fantasmas que pueblan nuestros sueños; a las actitudes ante las mujeres y los niños, los viejos y los extraños, los enemigos y los aliados; a la eternidad y al instante; al aquí y al allá… Una civilización no sólo es un sistema de valores: es un mundo de formas y de conductas, de reglas y excepciones. Es la parte visible de una sociedad –instituciones, monumentos, ideas, obras, cosas– pero sobre todo es su parte sumergida, invisible: las creencias, los deseos, los miedos, las represiones, los sueños”.[16] El laberinto de la soledad y su continuación, Posdata, guardan una coherencia nítida con la civilización, tal y como la entiende Octavio Paz. En estos libros, su autor despliega ampliamente la dialéctica de la modernidad y la tradición en calidad de marca de origen y tarjeta de presentación de la nación mexicana, de manera parecida a como la encuentra en la historia de España.[17] En este sentido, emplea la palabra tradición en calidad de programa o proyecto común que inserte a la nación en el mundo moderno. “La Revolución, por una parte, es una revelación del subsuelo histórico de México; por la otra, una tentativa de hacer de nuestro país una nación realmente moderna y así, mediante un salto –el salto que no pudieron dar los liberales– suprimir lo que llaman nuestro ‘retraso histórico’ “.[18] En la aspiración a la Independencia había un elemento –observa Paz– que no aparecía en el proyecto imperial, vagamente acariciado por algunos criollos bajo la influencia de los jesuitas, idea que pasará en el siglo XIX al pensamiento conservador. Al ser expulsados los jesuitas, un segmento importante de los criollos volvió los ojos hacia la otra tradición, la de la Reforma, fundadora del mundo moderno, ellos, que pertenecían a la otra tradición, la de habla castellana y portuguesa, hija de la monarquía universal católica y la Contrarreforma. Eso significó la muerte de Nueva España y el nacimiento de México.[19] Desde entonces, México ha intentado –sigue haciéndolo– alcanzar la modernización, o modernidad, social, política y económica viendo hacia os Estados Unidos con admiración o con rencor, pero sin salir de la sombra gigantesca que proyecta el vecino norteño. “Desde el siglo XVI nuestra historia, fragmento de la de España, había sido una apasionada negación de la modernidad naciente: Reforma, Ilustración y todo lo demás. Al principiar el siglo XIX decidimos que seríamos lo que eran ya los Estados Unidos: una nación moderna. El ingreso a la modernidad exigía un sacrificio: el de nosotros mismos. Es conocido el resultado de ese sacrificio: todavía no somos modernos pero desde entonces andamos en busca de nosotros mismos”.[20] En esa búsqueda, la tradición que se renueva hace las veces de correa de transmisión, porque, valga la pregunta que se formula George Steiner: “¿Qué significa transmitir (tradendere)? ¿De quién a quién es legítima esta transmisión? Las relaciones entre traditio, ‘lo que se ha entregado’, y lo que los griegos denominaron paradidomena, ‘lo que se está entregando ahora’, no son nunca transparentes. Tal vez no sea accidental que la semántica de ‘traición’ y ‘traducción’ no esté enteramente ausente de la de ‘tradición’ ”.[21] Llevar esta analogía, de tan extendido uso en el mundo editorial, a la creación y la producción artísticas, elucida por qué Paz llega a un concepto de tradición más dinámico, para decirlo en términos del movimiento, al que el poeta concede una función de primer orden en la ruta hacia la modernidad. “Frente a la concepción de la obra como imitación de los modelos de la Antigüedad, la Edad Moderna exaltó los valores de originalidad y novedad: la excelencia de un texto no depende de su parecido con los del pasado sino de su carácter único. A partir del romanticismo, tradición no significa ya continuidad por repetición y variaciones dentro de la repetición; la continuidad asume la forma del salto y tradición se vuelve un sinónimo de sucesión de cambios y rupturas”, advierte el ensayista algo que, al paso, ayuda a vislumbrar las diferencias entre artesanía y arte, recordando, desde luego, que la religión es inseparable de la producción artesanal, cosa que no necesariamente sucede en la creación artística.[22]

_____ La tradición se resigna, conserva, atesora, cuida más allá, acaso, de lo prudente, dejara de ser una abuela aprehensiva. Hace bien, como la modernidad lo hace críticamente, inquieta y trepidante, según se explaye abuhardillada o se junte en la plaza con los puños cerrados. Ahí donde la inconformidad brilla por su ausencia, como se dice, el conformismo aprovecha hasta las rendijas minimalistas de la vida cotidiana a fin de engarrotar los músculos de la sociedad civil y de la sociedad política. La esclerosis de la cultura arroja grandes ganancias para el capital. Por más que en los tiempos que corren se rehúyan los sustantivos y los adjetivos más adecuados, por reveladores y significantes, bueno es recordar las palabras viejas que han de volver a sonar, dice Antonio Machado, releído por Octavio Paz para nuestro provecho en El arco y la lira y en otros textos.

_____ Sin crítica no hay modernidad: he ahí la idea que abona por abajo, como el agua subterránea a los jardines, la obra que nos reúne, si bien en prosa más que en verso. No es difícil hallar esa crítica, por lo tanto, referida a la literatura lo mismo que a la política. Si de algo adolecieron las élites coloniales novohispanas fue de autocrítica, revela el autor de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe.[23] Y tal carencia redunda en la intolerancia, lo mismo en aquellos siglos lejanos que en los insufribles tiempos del estalinismo, no tan remotos, o en los actuales, en los que la intolerancia y el autoritarismo cambian de atuendo, optando por las galas financieras y, cada que lo necesita, por el cañón de agua y demás herramientas de la criminalización de la protesta social. Debido a la intolerancia y al autoritarismo, precisamente, ni la sociedad colonial novohispana ni la Rusia posrevolucionaria cruzaron  el umbral que conduce a la modernidad, más allá, en el segundo caso, de la industrialización, condición necesaria pero no suficiente para alcanzar la modernidad. Desde esta perspectiva puede afirmar Paz que los países hispanoamericanos no tuvieron siglo XVIII o, mejor dicho, no tuvieron lo que el siglo XVIII significó para los países europeos: filosofía, crítica, Ilustración. De ahí que la historia de los países hispanoamericanos sea una historia “excéntrica”. “Allí está la gran ruptura –dice Paz–: allí donde comienza la era moderna, comienza también nuestra separación. Por eso la historia moderna de nuestros países ha sido una historia excéntrica. Como no tuvimos Ilustración ni revolución burguesa –ni Crítica ni Guillotina– tampoco tuvimos esa reacción pasional y espiritual contra la Crítica y sus construcciones que fue el romanticismo. El nuestro fue declamatorio y externo”.[24]

_____ Hay que decirlo todo: al criticar la modernidad atrofiada de México, que ha sido incapaz de adaptar la tradición a las condiciones modernas, Octavio Paz señala a la cultura popular como una tabla de salvación: “Sin embargo, no todo ha sido negativo: la otra cara de la incompleta y bárbara modernidad de nuestras clases acomodadas y de nuestros intelectuales ‘progresistas’ es la cultura popular. Gracias al tradicionalismo del pueblo no somos simples caricaturas de las naciones avanzadas”.[25]

_____ La dialéctica de la tradición y la modernidad cruza las páginas de otro de los libros emblemáticos de Paz, al que he aludido antes: El laberinto de la soledad. Epítome de la crítica y de la autocrítica, estudio que lleva a su autor a revisar la historia de México para encontrar en ella, si no todas, sí muchas de las trabas que impiden la plena modernización de la sociedad mexicana. ¿Trabas o máscaras? Ambas, por tratarse de procesos individuales y, al mismo tiempo, sociales. Las actitudes y los comportamientos contemporáneos arrastran ritos y símbolos, gestos y actitudes inconfundibles en su abigarramiento barroco, prehispánico, liberal y conservador, desparpajado y austero, ahorrativo y derrochador. Por encima –o por debajo– de lo que sugiere, muestra y oculta, El laberinto de la soledad es un ensayo sobre el arte de perseguir formas inaprehensibles, por más que nos rocen con su aliento. David Brading advierte que Paz escribió ese libro emblemático desde el interior de la tradición, negándose a ofrecerles a sus compatriotas un momento ideal en el pasado. Era más importante confrontar y apropiarse de una modernidad que les permitiera elevarse a contemporáneos de todos los hombres, “sin importar las limitaciones del pasado”.[26] Negarse a ello era echarse en brazos del aislamiento y la soledad, glotones de siglos, por más que la aceptación conduzca al parado de manos. Paz concluyó que la Revolución mexicana derivó de un movimiento dialéctico de la soledad hacia la comunión. ¿Y después? “Nuevamente, con cierta patética y plástica fatalidad, se presenta la imagen del cohete que sube al cielo, se dispersa en chispas y cae obscuramente”.[27] Imagen sobrecogedora; hoy simboliza el desmantelamiento de la Revolución que dio comienzo con el salinismo y han consumado los últimos dos sexenios desastrosos del panismo.[28]

_____ Octavio Paz vuelve una y otra vez a lo largo de su vasta obra al problema de la modernidad de la literatura hispanoamericana –y por lo tanto al problema de la tradición–. No hay literaturas nacionales, sostiene, sino partes de un todo en permanente relación. Lo mismo en Hispanoamérica que en Europa. “Cada una de las unidades que llamamos literatura inglesa, alemana, italiana o polaca, no es una entidad independiente y aislada sino en continua relación con las otras”, observa Paz.[29] Lo propio cabe extender a las regiones, recordando que algo similar sucede con los géneros literarios: la modernidad no reconoce más fronteras entre ellos que la sutileza del zurcido fino y la inventiva de cada autor. De ahí que una tradición poética no se define por el concepto político de nacionalidad sino por la lengua y por las relaciones que se tejen entre los estilos y los creadores.[30]

_____ Sólo las ficciones sobrevuelan, como las nubes, el terreno cultivado por el  poeta y ensayista. Las ficciones propias, quiero decir, porque las ajenas sí encontraron acomodo en su atención, para salir de ella convertidas en lecturas que invitan a las relecturas de textos y de imágenes, de formas y de evanescencias. La obra de Octavio Paz es, ante todo, un decodificador de la cultura contemporánea, en lo que ésta tiene de pasado que se prolonga en el presente y en lo que éste tiene de futuro que sale a su encuentro o se aleja de él, desdeñado, en la medida en que las garras de la costumbre y de la tradición  –dijera Hobsbawm– se hincan en la garganta de la crítica que llama a renovarse o morir, poniendo en predicamento el acto de respirar. Negar, sí, pero conociendo antes la herencia, aprovechando lo esencial de ella, indispensable para no desfigurarse. “La tradición está hecha de ruptura y de continuidad –dice Paz–; los agentes de este doble movimiento son las generaciones literarias”.[31] Ocasionalmente, el presentismo, como le dice cierta filosofía de la historia al acomodo del pasado de acuerdo a los intereses del presente, asoma a su  reflexión: “La tradición es un invento de la modernidad. O dicho de otro modo: la modernidad construye su pasado con la misma violencia con que edifica su futuro”.[32]

_____ Tal vez la paradoja que Thomas Kuhn traza para explicarse el avance científico, tenga lugar en los procesos históricos, donde la tradición prepara el cambio mediante la aparición de anomalías.[33] Y tal vez ocurra algo similar en el arte. “El secreto de la inagotable creatividad de la naturaleza es muy simple y nosotros no deberíamos olvidarlo nunca: la invención no es la enemiga sino el complemento de la tradición. Los viejos tratados de estética decían: si quieres crear como los antiguos debes, primero, imitarlos”.[34] Esta idea la repite varias veces; he aquí sólo una de ellas: “Tradición no es continuidad sino ruptura y de ahí que no sea inexacto llamar a la tradición moderna: tradición de la ruptura”.[35]

_____ A la pregunta de si sus ensayos son el complemento de sus poemas, Octavio Paz respondió una vez a Tetsuji Yamamoto y Yumio Awa con un programa de vida y obra cumplidos: “Sí y no. El tema de la poesía me llevó a escribir muchos ensayos y dos libros: El arco y la lira y Los hijos del limo. Pero otro tema –otro misterio– me interesó tanto o más: ¿qué significa ser mexicano? Esta pregunta sobre México y sobre los mexicanos era también una pregunta sobre mí mismo. Y así surgieron mis dos primeros libros de ensayos; El laberinto de la soledad y El arco y la lira: dos respuestas a dos preguntas. Todo lo que he escrito después ha sido, en cierto modo, el desarrollo de estos dos libros. Así como en mi respuesta sobre la poesía me vi como parte del movimiento poético moderno –un movimiento que comienza con el romanticismo– al tratar de responder a la pregunta sobre México me di cuenta, en el camino, de que ser mexicano era ser Latinoamericano y vecino de los Estados Unidos. En mi reflexión sobre la historia de México la vi como un fragmento de la historia de América Latina, que a su vez es ininteligible sin la historia de España y Portugal, por una parte, y por la otra sin la de Estados Unidos. Así, la pregunta sobre México me abrió las puertas de la historia universal. Además, mi juventud coincidió con la guerra de España, el ascenso de Hitler, el estalinismo y la segunda guerra, de modo que la pregunta sobre México también me llevó a la realidad contemporánea mundial y sus dramas y problemas”.[36] La convicción y la coherencia de semejante programa de vida y obra es confirmada por el autor de Piedra de sol en la presentación de su obra poética: “¿No estamos condenados a escribir siempre el mismo poema? Una obra, si lo es de veras, no es sino la terca reiteración de dos o tres obsesiones”.[37]

_____ El primero en tocar la modernidad, dice Paz, descubriendo que no es sino tiempo que se deshace entre las manos, fue Charles Baudelaire. “La modernidad ha sido una pasión universal. Desde 1850 ha sido nuestra diosa y nuestro demonio. En los últimos años se ha pretendido exorcizarla y se habla mucho de la ‘postmodernidad’. ¿Pero qué es la postmodernidad sino una modernidad aún más moderna.

_____ Para nosotros, latinoamericanos, la búsqueda de la modernidad poética tiene un paralelo histórico en las repetidas y diversas tentativas de modernización de nuestras naciones. Es una tendencia que nace a fines del siglo XVIII y que abarca a la misma España […] En la historia de México el proceso comienza un poco antes de las guerras de la Independencia; más tarde se convierte en un gran debate ideológico y político que divide y apasiona a los mexicanos durante el siglo XIX”.[38] Y así hasta hoy, con los matices que distribuye el curso del tiempo sobre el mismo cuadro, sin borrar el conjunto. “Por encima de logros y fracasos, el México contemporáneo se enfrenta a la misma pregunta que, desde fines del siglo XVIII, no han cesado de hacerse los mexicanos más lúcidos: la pregunta sobre la modernización”.[39] El “alma” moderna, anota Paz, está en lucha consigo misma.[40]

_____ Por donde se le abra, la obra de Octavio Paz muestra una solidez brillante de cristal cortado. Eso justifica que el final de estas notas –o, mejor dicho, su punto y seguido– pueda fácilmente atraer un poema del bosque versificado para dar a entender que esa coherencia está hecha de historia y literatura, de modernidad y tradición, de ensayo y poesía, de arte y de reflexión política puesta al servicio, en todo momento, de la elucidación propositiva:

            Madrugada

            Rápidas manos frías
            retiran una a una
            las vendas de la sombra
            Abro los ojos
                                   todavía
            estoy vivo
                              en el centro

de una herida todavía fresca.[41]

[1] Cuando digo “obra”, me refiero a las Obras completas de Octavio Paz, publicadas en México por el Fondo de Cultura Económica durante varios años, entre 2001 y 2010, en 15 vols.
[2] “Entre orfandad y legitimidad”, en Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional en México, FCE, México, 2002, p. 17 (1ª ed.  en francés, 1974, y en español, 1977).
[3] Hermann Bellinghausen, “Ciencia mexicana. Entre la inmovilidad y la esquizofrenia”, El desafío mexicano, Océano, México, 1982, p. 353. Sin dificultad puede revalidarse hoy el señalamiento incontrastable de Bellinghausen, extendiéndolo a la república de las letras. Tanto el Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt como el Sistema Nacional de Creadores de Arte del Conaculta –al que sería mejor actualizar el nombre, llamándolo Sistema Nacional de Pensiones de Arte– se encargan de controlar la disidencia, y sin necesidad de hacer explícita la mínima censura, desde hace mucho tiempo interiorizada por la mayoría de científicos y creadores, como se les dice hoy, un tanto cuanto burocráticamente, a los escritores. Pónganse las excepciones, como siempre, aparte.
[4] Publicada en el número I de Iichiko Internacional, Tokio. Reproducida en el periódico mexicano Excélsior, en marzo de 1989, y finalmente incluida como “En el filo del viento: México y Japón (Conversación con Tetsuji Yamamoto y Yumio Awa”, OC, México, FCE, 2006, Vol. Vol. 8. El peregrino en su patria. Historia y política de México, III. “El cercado ajeno”, pp. 454-477.
[5] Octavio Paz, “La búsqueda del presente (Conferencia Nobel, 1990)”, Obras completas, México, FCE, 2004, Vol. 3. Fundación y disidencia, I. “Fundación y disidencia”, pp. 31-41; p. 35-36.
[6] Ver, para la acepción del término, Eric J. Hobsbawm, La era del capitalismo, Madrid, Guadarrama, 1977, t II, p. 188. Esta palabra alude a los cambios políticos, económicos y sociales sobrevenidos a lo largo de los últimos dos siglos. Dos revoluciones acotan su punto de partida, la Francesa, de 1789, y la inglesa, de fines del siglo XVIII a principios del XIX, caracterizada como “industrial”. Siguen la difusión y adaptación planetaria de las instituciones, los valores y las técnicas acrisolados por ambas revoluciones, desde los derechos y deberes del hombre y el ciudadano hasta la centralización de los Estados, el surgimiento de las identidades nacionales y las objetivaciones artísticas asociadas a todo ello. Las variantes de semejante proceso, en extremo crítico ahí donde se verifica, escapa al constreñimiento de las definiciones, no así al de las posibilidades temáticamente iniciáticas de estas notas. Ver, de Norberto Bobio y Nicola Mateucci, Diccionario de política, México, Siglo XXI, 1981-1982, 2 vols. y un Suplemento, publicado en 1988, y, para una mucho mayor extensión del contenido de esta palabra clave, de Norbert Elias, El proceso de la civilización, México, FCE, 1994. Reinhart Koselleck opina, por su parte, que el concepto “modernidad” sólo está documentado, según los hermanos Grimm, desde 1870, y, por cierto, en Feiligrath; ver Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Buenos Aires, Paidós, 1993, p. 289. “Modernidad, –observa Paz en otro texto– es una palabra que, como si fuese mercurio, se nos escapa cada vez que intentamos definirla”, y “abarca toda la era moderna, desde mediados del siglo XVIII hasta nuestros días”; ver, para esto último, “Islas y puentes: Ramón Xirau”, OC, FCE, México, 2006, Vol. 4. Generaciones y semblanzas. Protagonistas y agonistas: poetas, pp.141-343; p. 307.
[7] Rubén Darío emplea el término desde 1888, para designar las tendencias de los poetas hispanoamericanos, agrega Paz en “El caracol y la sirena: Rubén Darío”, OC, Vol. 3, I. Fundación y disidencia, Poetas y poemas, pp. 137-171; p. 141. En ese año, con la publicación de Azul, nace oficialmente el modernismo.
[8] En 1974, las conferencias de Harvard fueron publicadas en forma de libro, con el título de Los hijos del limo. Sigo la edición que aparece en las OC, FCE, México, 2003, Vol. 1, Segunda Parte, pp. 321-484. “Desde su origen la poesía moderna ha sido una reacción frente, hacia y contra la modernidad –señala Paz–: la Ilustración, la razón crítica el liberalismo, el positivismo y el marxismo. De ahí la ambigüedad de sus relaciones –casi siempre iniciadas por una adhesión entusiasta seguida por un brusco rompimiento– con los movimientos revolucionarios de la modernidad, desde la Revolución francesa a la rusa” (p. 325).
[9] David Brading, Octavio Paz y la poética de la historia mexicana, México, FCE, 2002, p. 29.
[10] Así le dice a Marx en el poeta peruano Antonio Cisneros; verlo en la antología Por la noche los gatos. Poesía 1961-1986, México, FCE, 2004, p. 61, “Karl Marx died 1883 aged 65”.
[11] En La rebelión de las masas, Madrid, El arquero, trigésimonovena edición, 1966 (1ª, 1929), nota el filósofo español: “Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos, Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema, empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio […] Dicho en otra forma: para los efectos de la vida pública universal, el tamaño del mundo súbitamente se ha contraído, se ha reducido” (pp. 66 y 317).
[12] Reinhart Koselleck Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Buenos Aires, Paidós, 1993, p. 192.
[13] Franklin R. Ankersmit, Historia y tropología, FCE, México, 2004, Breviarios, Nº 516, p. 154.
[14] Octavio Paz, “Prólogo. Unidad, modernidad, tradición”, OC, México, FCE, 2004, Vol. 3, pp. 15-22; p. 18.
[15] Octavio Paz, “Literatura de fundación”, OC, México, FCE, 2004, Vol. 3, I. Fundación y disidencia, pp. 43-48;  p. 48.
[16] Octavio Paz, “Posiciones y contraposiciones: México y Estados Unidos”,  OC, Vol. 8, FCE, México, 2006, III. El cercado ajeno pp. 437-453; p. 439.
[17] Octavio Paz, “El laberinto de la soledad”, OC, Vol. 8, pp. 43-269; Posdata, en el mismo volumen de las OC, pp. 267-415. Paz observa que durante la Conquista de México, uno de los momentos que señalan la entrada a la modernidad occidental, “en España se contraponían, sin fundirse enteramente, los rasgos de la Edad Moderna que comenzaba y los de la antigua sociedad. El contraste con Inglaterra no podía ser más señalado. La historia de España y la de sus antiguas colonias, desde el siglo XVI, es la de nuestras ambiguas relaciones –atracción y repulsión– con la Edad Moderna. Ahora mismo, en el crepúsculo de la modernidad, no acabamos de ser modernos.”; ver “Posiciones y contraposiciones: México y Estados Unidos”, en el mismo Vol. 8 de sus OC, p. 441.
[18] Octavio Paz, “Los muralistas a primera vista”, Obras completas, FCE, México, 2012, vol. 7. Los privilegios de la vista II,IV. La pintura mural, pp. 183-187; p. 183.
[19] Octavio Paz, “El espejo indiscreto”, OC, FCE, México, 2006, Vol. 8, III. El cercado ajeno, pp. 421-436.
[20] Octavio Paz, loc. cit. en op. cit., p. 425.
[21] George Steiner, Lecciones de los maestros, FCE-Siruela, México, 2007, p. 12.
[22] Octavio Paz, “Centro móvil”, OC, FCE, México, 2003, Vol. 2. Excursiones / Incursiones, Ventana al Oriente,  pp. 368-376; p. 368.
[23] Octavio Paz, OC, México, FCE, 2001, Vol. 5.
[24] Octavio Paz, “Literatura y crítica. 1. ¿Es moderna nuestra literatura?”, OC, FCE, México, 2004,  Vol. 3, pp. 58-66; p. 62.
[25] Octavio Paz, “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, OC, FCE, México, 2001, Vol. 5, p. 316.
[26] David Brading, op. cit., p. 39.
[27] Octavio Paz, “El laberinto de la soledad”, OC, FCE, México, 2006, Vol. 8 p. 94.
[28] Tras su regreso al poder en 2012, el PRI hará todo, menos cambiar la dirección de este proceso, ruinoso para la mayoría de los mexicanos que padecen el trato hostil de una modernización que excluye a más de la mitad de la población total del país
[29] Octavio Paz, “Literatura y crítica. 1. ¿Es moderna nuestra literatura?”, OC,  Vol. 3, p.  58.
[30] Octavio Paz, “Xavier Villaurrutia en persona y en obra”, OC, FCE, México, 2011, Vol. 4. Generaciones y semblanzas, Protagonistas y agonistas: poetas, pp. 250-277; p. 252.
[31] Octavio Paz, “Antevíspera: Taller (1938-1941)”, OC, FCE, México, 2006, Vol. 4, pp. 94-111; p. 95.
[32] Octavio Paz, “Poesía en movimiento”, OC, FCE, México, 2006, Vol. 4,112-137; p. 114.
[33] Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 2006, Breviarios, Nº 213, p. 148.
[34] Octavio Paz, “Juan Soriano. Agua azul”, Obras completas, México, FCE, 2012, vol. 7. Los privilegios de la vista, II. Arte de México, VI. Arte contemporáneo, pp. 350-356; p. 350.
[35] Octavio Paz, “Astillas”, OC,  Vol.  2. Excursiones / Incursiones, II. Corriente alterna, pp. 441-451; p. 446.
[36] Octavio Paz, “En el filo del viento: México y Japón (Conversación con Tetsuji Yamamoto y Yumio Awa)”, OC, FCE, México, 2006, Vol. 8, p. 456.
[37] Octavio Paz, “Preliminar”, OC, FCE, México, 2006, Vol. 11. Obra poética I, p. 17.
[38] Octavio Paz, “La búsqueda del presente (Conferencia Nobel, 1990)”, OC, Vol. 3, pp. 35-36.
[39] Octavio Paz, “Posiciones y contraposiciones: México y Estados Unidos”, OC, Vol. 8, p. 450.
[40] Octavio Paz, “El camino de la pasión: Ramón López Velarde”, OC, FCE, 2001, Vol. 4, p. 211. “De noche mi corazón / conmigo mismo pelea –canta Lebrijano– / si eso se llama vivir / que venga Dios y lo vea”.
[41] Octavio Paz, “Días hábiles (1958-1961)”, OC, FCE, México, 2006, Vol. 11. Obra poética I, p. 267.

   
 
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