CRITICA DE SUSANA ANAINE

El Auditorio del Hotel B.A.U.E.N. reaparece en nuestra   cartelera con una obra que ha sido declarada de interés cultural por  la Legislatura de la CABA. Se trata de Simón, del venezolano Isaac Chocrón. La lleva a escena Marcelo Mangone con un elenco, entre actores y diseñadores, que puede considerarse un lujo: Carlos Di Pasquo, a cargo de una escenografía creativa, sintética y funcional a los ámbitos en los que desarrolla la acción, Nene Murúa, del vestuario ,de la iluminación, Miguel Solowej,  y Patricia Martínez en la dirección de arte. Músicos-arregladores (Sergio Milman, piano; Juan M. Costa, violonchelo), en la retroescena, completan el panorama, apenas trasparentados por una cortina perforada.
El relato se centra en los sucesivos reencuentros en Europa entre Simón Rodríguez y Simón Bolívar. Un Bolívar muy joven, niño rico destrozado por la muerte de su joven mujer, y su maestro de la adolescencia, suerte de maestro-padres, intelectual brillante que se codea con personalidades también brillantes de la época, pero siempre desde el lugar del outsider. El paso del tiempo lo renueva en su rol: debe sacar a Bolívar del pozo, de la tremenda depresión que lo lleva a encerrarse o a una vida que no se condice con la del Libertador que luego fue. Parece que es cierto que el maestro Simón —metamorfoseado en los muchos nombres que se inventa—, algo, mucho, tuvo que ver con esto. Los ideales de una Venezuela libre de los españoles, de una América libre, son la coartada. ¿Bolívar no hubiera sido quien fue sin la depresión por la muerte de una mujer, su prima, con quien apenas había estado casado ocho meses, y sin el reencuentro con el maestro, irreverente, actual, socrático (el discípulo tiene que encontrar las respuestas, porque ya se están en él; nunca dárselas)? Lo sabemos a medias. Quizá Simón Rodríguez le hace ver, le arranca lo que estaba adentro y, al mismo tiempo, renueva la siembra.
Del elenco, no nombré todavía a los dos actores que ponen el cuerpo a estos dos personajes: Carlos González (Bolívar) y Fernando Martín (el maestro). El primero tiene la carga de hacer un personaje que quedó en el bronce, tratando de ablandarlo, de humanizarlo, y en parte lo logra, sobre todo al final. Fernando Martín, un actor a quien la crítica debería recordar cada vez que entrega premios, compone a un profesor del que todos desearíamos haber sido discípulos: vital, descartonado y genial, culto, independentista en serio, lector insaciable. Un actor que encarna a un personaje que probablemente entonces tuviera poco más de su edad, pero con las características físicas, de movimiento, que debió haber tenido en ese tiempo. Actuación deslumbrante la de Martín y un equipo de creadores bien elegido por el director.
No debería dejar de ver esta obra en un tiempo en que gran parte de la sociedad tiene sus metas puestas sólo en lo material. Este idealista es una persona de carne y hueso, con sus debilidades, pero con toda la carne en el asador por su país y por América.
Susana Anaine, columnista de El Refugio de la Cultura. Canal 7 –Arg.